'El espacio de las imágenes', Keke Vilabelda
Artista: Keke Vilabelda
Fechas: 06 de abril de 2024 a 17 de mayo de 2024
En mi primer acercamiento a la obra de Keke Vilabelda hace unos años tomé prestada una cita de Rémy Zaugg en la que este se refiere a cómo las evidencias son por definición transparentes y no perceptibles. Efectivamente, las evidencias son luminosas y, en consecuencia, cegadoras; en palabras de Zaugg, son el cemento invisible de la realidad. Por eso la tarea del artista es arrojarles sombra, especular con las fisuras, evocar sus desgastes. Keke Vilabelda trabajaba entonces con los estratos de la pintura a partir de los sedimentos de la vida urbana. Lo hacía disfrutando de ese proceso residual que lleva a muchos artistas a trabajar la memoria de los lugares, la experiencia de lo vivido. Ese viaje era errático y accidental, a medio camino entre la antropología de la vida urbana y la investigación intrínseca de la pintura y lo pictórico, una suerte de acción serendípica, como esa ruina que no es más que la experiencia misma -como señala Derrida, que nos recuerda que heredar es hacer memoria, para subrayar la performatividad que esta expresión lleva implícita-.
Hoy esa evocación de lo accidental por parte del artista persiste, entre el error físico de la grieta y la falla digital, eso que se conoce como glitch. Aunque es verdad que esa búsqueda de lo accidental resulta ahora más controlada, más consciente. La dérive y el frotagge como herramientas procesuales dan paso en este caso a una indagación más aguda sobre lo perceptivo y si antes su obra era fruto de una visión desenfocada, ahora esa sensación se extrema y el artista envuelve al observador en el espacio de las imágenes para convertirlo en espectador de algo que aún está aconteciendo. Lo escultórico y lo fotográfico, lo físico y lo digital, se dan en la pintura, pero en una pintura que no es pintura del todo, una pintura que se asienta en una transferencia que convierte el cuadro en pantalla. Entre tanto, nuestra mirada permanece atrapada, aunque paradójicamente sin dejar de estar en desplazamiento. Como en un videojuego o un cuadro de Turner, la imagen rehúye de mostrarse precisa. Las perspectivas se desvanecen y el horizonte flota, para avocarnos a un abismo que se experimenta de frente, en suspensión. Para quien mira, no hay lugar para las certezas, ni posibilidad de completar la imagen.
Keke Vilabelda cultiva una pintura que se asienta en la resonancia. Pienso en cómo Hito Steyerl habla de Turner como ejemplo de la ruina de la perspectiva lineal: una pintura donde la línea del horizonte apenas se percibe con dificultad y el observador ha perdido su posición estable. También en la pintura de Keke Vilabelda la perspectiva lineal se desvanece. La grieta física es aquí una fisura en la percepción. La pintura se contiene en el cuadro, pero lo pictórico se sitúa también más allá de los límites del soporte. El horizonte existe, pero flota, se advierte, aunque también se pierde. La mirada se tensa. La imagen se espesa. Porque la pintura emerge de los intersticios mientras las grietas coquetean y perforan al tiempo el orden representacional. El vacío y la materia se conjugan del mismo modo que lo hacen lo retiniano y lo táctil. Porque el vacío también se empodera como materia y lejos de ser pasivo se revindica como fondo activo. El cemento se aligera y se torna viscoso, se erosiona virtualmente para esculpir la distancia, como señalaba Maurice Blanchot a propósito de Giacometti. En este caso es una pintura que se abisma, movediza y rígida, que nos aboca a un vacío pleno, que se transforma en materia y en imagen. Todo remite a la inestabilidad de un mundo dominado por un sólido muro de imágenes de las que solo algunas sobreviven mientras la mayor parte están abocadas a la desaparición retiniana. La pintura de Keke Vilabelda evoca la ruina de ese espacio que una y otra vez produce grietas desde lo infraleve; el cuadro funciona como superficie de tránsito, como experiencia fragmentaria, obligando al espectador a que una y otra vez lo construya activamente asumiendo la fluidez del presente de un mundo donde la única certeza es el movimiento.
Keke Vilabelda se siente cómodo en esos espacios intermedios, de metamorfosis incesantes. Ahora no son las lonas las que absorben el entorno, ni tampoco tiene que deslizar metacrilatos para procurar las tramas, el proceso es otro, menos físico, con idéntico interés por el gesto, pero más sutil. La energía del mundo, del territorio real llevado a la pintura, donde suceden muchas cosas, continúa de una manera entrópica e inquieta, abrazando un desorden premeditado, como cuando Michel Serres resuelve desde su intuición poética que los sistemas funcionan porque no funcionan, en otras palabras, cuando lo disfuncional es esencial para el funcionamiento. Keke Vilabelda convoca lo imposible y el detonante es la belleza del accidente. Si la filosofía, como aseveró Hegel, es una época puesta en ideas, lo mismo podríamos decir de la pintura de Keke Vilabelda: una visión desenfocada del mundo, en línea con el pensamiento de Juhani Pallasmaa, que señala que la visión enfocada nos enfrenta con el mundo mientras que la periférica nos envuelve, algo que siempre he pensado que está detrás de la manera de operar de Keke Vilabelda.
Aunque si hay algo que siempre está a la vuelta de la esquina es el accidente, como cuando Miró encontraba objetos en la playa de una manera accidental atraído por su fuerza magnética sin premeditación alguna para después producirle un choque poético, un flechazo plástico que convertía en pintura, como confesará por carta a Matisse. Creo que esa transferencia metafórica capaz de interpretar la realidad o de destilarla, esa suerte de ruina que nos abisma en su vibración extraña, y distante, siempre ha estado presente en el trabajo de Keke Vilabelda pero ahora cobra una dimensión incómoda, con unas pinturas donde la primera impresión es todavía más desconcertante. Por eso acercarnos a su pintura debe ser algo paciente, porque la imagen se despliega conforme te acercas. Gadamer lo llama verweilen, una espera sin prisa que revela las interioridades de la obra.
Personalmente no me sorprende el sentido de estas nuevas pinturas del artista, que hace unos años emparenté con el universo cinematográfico de Tarkovski, en el que sentimos que el mundo se desliza a nuestro lado sin bordes fijos y la mirada se suspende en un conflicto. Pero sí me sorprende el resultado, que singulariza su pintura y la vuelve extraordinaria, un verdadero ejercicio que obliga al espectador a verla en vivo y a aprehender sus distancias, ese espacio de las imágenes donde ver es perder que algo se nos escapa, en palabras de Georges Didi-Huberman, cuando “ver es perder”. Una pintura que enuncia muchas otras formas posibles.
Keke Vilabelda (Valencia, 1986)
El trabajo de Keke Vilabelda se enfoca en los procesos de construcción y transformación del paisaje natural y el espacio urbano contemporáneo.
A través de la pintura investiga nuestra relación cambiante con el entorno y los nuevos modos de observarlo. Sus obras se construyen mediante la interacción de múltiples técnicas y un amplio abanico de materiales, como el cemento o el metacrilato, así como medios fotográficos y digitales, generando un lenguaje propio pero muy diverso.
Hay un componente casi alquímico en el que cada proceso, cada materia empleada, es elegida y manipulada cuidadosamente para desvelarnos su esencia en los detalles, en la belleza del accidente, en la huella del paso del tiempo. En este sentido, su trabajo es un ejercicio que trata de paralizar el ritmo frenético de nuestro tránsito acelerado, para comprender mejor nuestra relación física y matérica con el paisaje que habitamos.
Licenciado por la UPV en 2009. Máster en Artes en Central Saint Martins London en 2011.
Cuenta con exposiciones individuales en España, Reino Unido, Bélgica, Perú, Polonia, Colombia, México, Portugal y Australia. Además ha participado en importantes ferias y exposiciones colectivas de China, Alemania, Estados Unidos, Italia, Francia, Portugal o Suiza.